Autor: Dr. Emilio Andrés Martínez López, profesor de la Universidad ORT México
Desde finales del siglo XX y los albores del nuevo milenio, la presencia del conocimiento en la composición socio-técnica de empresas y organizaciones es un elemento fundamental para enfrentar las exigencias de cambios en los ámbitos económico y social.
De esta forma, el término Capital Humano (CH) ha tomado relevancia, refiriendo al activo de talento y conocimiento necesario para actualizar e innovar, y que son valorados por planeadores estratégicos de cualquier sector productivo, público o privado. Su referencia se asume como una inversión, y se concreta en la contratación de nuevo talento con credenciales de estudios comprobables, o en mejorar las capacidades del personal a través de programas de capacitación.
Puntos por abordar en esta breve disertación: A. Revisar la trascendencia y actualidad de la Teoría CH. B. La educación como detonante de una mejor calidad de vida. C. Reconocer algunas críticas centrales a la teoría CH. D. La forma como se presenta la reciente acepción del término desde el discurso empresarial.
Durante inicios de la década de los 60 la teoría del CH comenzó a tener amplia difusión y posterior trascendencia. Esta propuesta, iniciada principalmente por Theodore Shultz y Gary Becker. Desde una perspectiva general, la Teoría del CH observa a la educación desde una perspectiva económica que afirma que la inversión educativa de cualquier individuo, conlleva un retorno de ese capital y sus rendimientos, una vez que se logra la inserción en el mercado de trabajo.
Si bien han transcurrido seis décadas desde la aparición de la teoría del CH hasta el presente, sus postulados son vigentes y se afianzan en la comprobación empírica (estadística). Así, los resultados de la inversión educativa (pública o por privada), confirman que la población con mayores alcances escolares es la que también se ubica entre los deciles con mejores ingresos.
La teoría del CH también ha re-significado los mercados educativos como una inversión en la formación del ser humano y por lo tanto, en la posible mejora de la calidad de vida. Por lo tanto, se infiere, que las personas con mayor alcance de formación escolar, cuentan con mejor acceso a diversos servicios y bienes, lo cual contribuye a una percepción de buen nivel de calidad de vida. Por supuesto, guardando las reservas del significado de esta afirmación, pues “calidad de vida” es un tema polisémico, subjetivo y digno de un amplio debate.
Algunas críticas de la teoría del CH desde su aparición, se centran en que los procesos educativos no contribuyen por sí mismos a disminuir las desigualdades sociales, si no que por el contrario, las consolidan. Otra crítica es que las credenciales educativas exacerban la segmentación de los mercados de trabajo, lo que genera la reproducción de desigualdades. El rol predominante de las credenciales educativas, promueve lógicas perversas de los sectores educativos, como la creación de carreras frágiles en currícula y contenidos, para generar procesos sencillos de credencialización. Dichas carreras pueden llegar a tener una corta vigencia en los mercados de trabajo, debido a la poca pertinencia del conocimiento aplicado hacia el futuro.
Por último, el término ha sido retomado desde el discurso empresarial, no limitado al sector privado, para referir la importancia de contar con personas bien preparadas que eleven la productividad y se enfoquen en procesos de innovación en cualquier ámbito (público, privado, productivo, cultural, humano), necesarios para asumir los desafíos presentes en una sociedad del conocimiento dinámico y cambiante. Esto último, eleva la calidad de vida de una sociedad en su conjunto.
*Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de la Universidad ORT México.